Las talas acaban con la naturaleza urbana

Este mes de junio, en el cenit de calor del año, el Ayuntamiento de Sevilla ha decidido comenzar la tala de más de 500 árboles. La ciudadanía está indignada, los vecinos se han manifestado, y cada día salen noticias sobre las talas en Sevilla y se escuchan queja ante semejante atrocidad.

Por una vez, el clamor es general, y todos los vecinos de todos los barrios coinciden en que hay que parar las brutales talas. En primer lugar porque los árboles son un bien común que limpian el aire y refrescan el ambiente, en esto no hay duda, en segundo lugar por que para muchos vecinos esos árboles son “sus árboles”, los de su calle, los árboles que forman el paisaje de su barrio y el de las plazas más emblemáticas de Sevilla. Es brutal ver estos árboles centenarios sentenciados con el círculo verde sobre su tronco, lo que marca su muerte.

Las personas piden que se pare esta locura y se preguntan cuál es la forma de impedir las talas. Hay un problema en Sevilla, y sin duda no solo ocurre con los árboles sino con cualquier materia de medio ambiente. El ser humano está en el centro de todas las decisiones que se toman desde el Ayuntamiento, sin importar nada más, por tanto en este caso, alegando que se trata de la tala de árboles “enfermos” y que suponen un peligro para la seguridad ciudadana por la posibilidad de derrumbe, los árboles tienen cualquier tipo de juicio perdido. Por supuesto, el hecho de que sea época de cría y que cientos de nidos vayan a caer provocando la muerte de todos los pollos y tirando por tierra el esfuerzo reproductivo de los padres, es algo que no está en consideración ni en la última línea del informe técnico de esta actuación.

A la derecha un plátano de sombra con copa abierta y que no ha sufrido podas. A la izquierda la misma especie tratada con negligencia.

El ayuntamiento no tiene en cuenta que talando árboles solo está poniendo en peligro la salud de los ciudadanos, pero este es un daño lento y silencioso, apenas perceptible en el momento y por eso no importa. No hablamos de la falta de sombra, un efecto que rápidamente se hace notar cuando faltan las plantas, sino de la contaminación que ahora se hará más palpable sin árboles que limpien el ambiente, la calidad del aire empeorará y las temperaturas aumentarán en todo el tramo de calle donde antes la masa arbórea reducía en varios grados la temperatura. Los efectos de esta mala calidad ambiental nos pasarán factura. La política nunca tiene en cuenta nada que sea a largo plazo, por eso el medio ambiente, que se toma sus tiempos, queda relegado a la última posición.

En nuestra ciudad las podas siempre han consistido en acciones de maltrato continuadas a la planta. Los árboles son desmochados y su apariencia es entonces la de un palo grueso despojado de toda rama, al que en la próxima primavera le comenzarán a surgir débiles ramas impropias de un árbol de porte en su copa. Este maltrato suele desembocar en la muerte prematura del árbol, razón que luego los técnicos alegan para cortarlo. “Estaba enfermo”. Cosa que ellos mismos propician con el nefasto mantenimiento.

Muchas veces son las quejas de los vecinos las que instan al ayuntamiento a realizar estos desmoches “todo el suelo está sucio con las hojas de estos árboles” o “me molesta el árbol frente a la ventana”. Si no somos de capaces de cambiar el concepto, de entender que todo beneficio ambiental supone una molestia mínima e insignificante respecto al valor que nos aporta, estaremos condenados a vivir en una ciudad de asfalto y cemento.

Deseamos que este arboricidio se puede parar, y que se consideren otras medidas de gestión que reflejen el máster en medio ambiente del que orgullosamente Juan Espadas presumía al inicio de su candidatura.

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